Comercio y pandemia

La pandemia, aceleró la modificación de muchos de nuestros comportamientos individuales y muchas de nuestras relaciones sociales. El continuo uso de la mascarilla, el permanecer la mayor parte de la cotidianidad casi anónimos, continuamente esbozados, como esporádicamente lo hacían los ladrones de bancos en las películas sobre el viejo oeste, nos da un carácter de personas sin rostro que nos borra como individuos, como distintos y especiales.

Además, los encuentros afectivos están mediados por el miedo, por la posibilidad de contagiar o sufrir el contagio, lo que supone que el acercamiento y el roce con el otro, o, los otros, ponen en riesgo la supervivencia de los que se encuentran y por ello es mejor evitar dicha concurrencia.

Si ya las redes sociales y los aparatos electrónicos creaban un mundo de solitarios que solo se percibían por medio de las oscuras pantallas de sus dispositivos, la pandemia, activó mecanismos aislantes insospechados, por ejemplo, no adquirir ciertos elementos antes del uso común. Ya no se compran vestidos o ropa para estrenar, pues para permanecer en casa basta una buena camisa, o una elegante blusa, que nos muestre ante el computador, y unas cuantas pantalonetas o shorts como resto de atuendo.

Por ello me parece importante destacar la persistencia de algunos almacenes que dedicados al comercio de las telas y el vestir, no han cerrado sus puertas y lo más importante, no han despedido, ni faltado con un solo día de salario a ninguna de sus empleadas, y hablo particularmente de Almacén El Príncipe de Tuluá, que no rompió su tradición y sigue tan campante a pesar de la grave crisis que agobia al sector que representa.

Sería interesante que la Cámara de Comercio de la ciudad, publicara un censo completo de comercios tradicionales que han aguantado la arremetida de estos tiempos de compra ventas por Facebook e Instagram y de fortalecimiento de las grandes superficies.

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