La precisión del oficial que se prestó para múltiples análisis, a juicio de algunas personas consultadas por EL TABLOIDE no está lejos de la realidad y aunque parezca contraproducente, la diferenciación debe hacerse pues los actores que generan la violencia en estos sitios de mercadeo en el país están mas cerca de lo que muchos se puedan imaginar.
Frente al tema el escritor Gustavo Alvarez Gardeázabal, en una de sus crónicas recientes que comparte en las redes sociales, recordó uno de los primeros casos de esta manifestación violenta, la muerte de Nuberley Trujillo, un humilde vendedor de cebolla y cilantro acaecida en noviembre de 2012, un hecho por el cual se iniciaron investigaciones que al sol de hoy arroja frutos nulos.
“Estas anónimas entidades son una muy bien aceitada red de extorsionistas quienes cobran con la muerte o la destrucción de su local comercial a quien no pague la vacuna que decreten para poder descargar los productos agrícolas en el mercado tulueño”, dice el exalcalde de Tuluá en el escrito de la referencia.
El pensamiento del autor de Cóndores no entierran todos los días, es refrendado en todas sus partes por Emilio Riaño*, un comerciante de frutas y verduras de la galería tulueña quien, con nostalgia, recuerda los días en que con alegría madrugaba a la plaza a comprar a los mayoristas para surtir su negocio, el mismo que dejó un día en que le comunicaron que ya no podía comprarle al proveedor de siempre sino al que ellos le dijeran o se tenía que atener a las consecuencias.
“En un principio no les creí y de frente y luego de manera discreta me seguía surtiendo con el de siempre hasta una noche que reventaron a bala las puertas de mi casa y junto a mi familia decidimos dejar el negocio, pues ante todo la vida”, indica el comerciante tras añadir que de eso ha pasado una década y nunca se supo quién fue el que disparó.
Una de las características del testimonio de Riaño es que parece darle la razón al mayor Espitia, al señalar que aunque parezca extraño el “enemigo está más cerca de lo que se cree”.
El temor es evidente a tal punto que pocos, por no decir ninguno, se atreve a referirse al tema y aunque reconocen la gravedad de la problemática que afrontan, señalan que ya conviven con ella y se acepta lo ordenado.
“Mijo, la necesidad tiene cara de perro y es lo único que sé hacer, pero lo correcto es que se impusiera la legalidad, pero estamos solos y nos toca salvar la vida y la ´papita´” afirma una comerciante.
*Nombre ficticio por seguridad
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