Ya no hay ‘falsos positivos’, por: Salud Hernández Mora

No veo nueva ola de ‘falsos positivos’ ni riesgo de que regresen esos crímenes atroces por muchos incentivos que prometan. Algún asesinato habrá por desgracia, pero nada de una práctica sistemática. Lo que existe es una imperiosa necesidad de cambiar el rumbo después de que el segundo gobierno Santos dejara las FF. MM. devastadas. Su política consistía en que hicieran lo menos posible, taparan la barbarie de las guerrillas y permitieran que los cultivos de coca se multiplicaran. Solo importaba La Habana.

En la parálisis también incidió el miedo de los uniformados a los tribunales. Las denuncias contra miles de compañeros, unos por asesinar civiles indefensos, algo imperdonable, y otros de manera injusta, les aconsejó echar el freno y no actuar ante la mínima posibilidad de que pudieran correr idéntica suerte.

Me lo confesaron oficiales, suboficiales y tropa con los que hablé a lo largo de los años en zonas rojas. La mayoría estaba en contra de que los tuvieran con las manos atadas, pero todos coincidían en que así se las soltaran, no arriesgarían su libertad por un operativo, máxime cuando evidenciaron que los gobiernos no supieron prever ni contrarrestar las denuncias falsas que hacían organizaciones afectas a la guerrilla para debilitar el Ejército. Por tanto, preferían mirar para otro lado antes que apretar el gatillo y afrontar un proceso con abogados pagados de su propio bolsillo. Sabían que ante la presión mediática, lo primero que hace el ministro de Defensa de turno es lavarse las manos y lanzarlos a la hoguera. Pensaban, mejor quieto que apresado o echado.

Un hecho que conocí ilustra lo que vivían. Omito el municipio para salvaguardar la fuente. Atacado una noche por las Farc, un capitán de policía pidió refuerzos al Ejército. El pueblo quedó desierto tras los primeros hostigamientos, solo había agentes en la estación y guerrilleros en una cancha aledaña, descubierta. Mandaron una aeronave, pero el piloto quería garantías absolutas de que no había ningún civil cercano para apretar el disparador. “Solo hay guerrilla, la gente está encerrada en sus casas”, insistía una y otra vez el capitán. No lo convenció y el piloto se marchó. Los policías resistieron de milagro.

Los ‘falsos positivos’ crecieron a rebufo de la estrategia castrense que proponía derrotar el enemigo causándole las mayores bajas posibles. “Quiero estadios llenos de muertos”, repetía entonces el general Montoya a sus hombres. Y como en este país la vida no vale nada y los soldados no vienen de Marte, hubo uniformados que masacraron civiles para sacudirse la presión, para ganar una plata o conseguir un simple permiso. Como pasó con Mauricio Vives. Un pelotón lo mató cuando asaltó el campamento donde el Eln lo tenía secuestrado y los guerrilleros huyeron. Mono, ojiazul, aspecto citadino y vestido de civil, lo presentaron en Santa Marta como baja subversiva y lo enterraron como NN.

Hoy en día, algo así sería casi imposible, no habría tantas complicidades, cada uno se blinda, no piensan en atajos sanguinarios. Si alguno comete un asesinato, como el del excomandante Farc, es un suceso aislado que rechazan sus mismos jefes. Y encubrir sale caro.

El problema actual es que los años de brazos cruzados y un proceso de paz pésimamente planificado propiciaron el fortalecimiento de Gaitanistas, bandas guerrilleras y demás mafias que desplazan y matan a personas del común y líderes sociales. Y la gente demanda que el Ejército los combata. Pero no esperen Rambos, como muchos en la Colombia rural quisieran. Lo que encuentro son oficiales y suboficiales conscientes de que es mejor una bronca, una humillación, hasta retirarse, que un beneficio a costa de muertos que pueden llevarlos ante los tribunales. “No quiero grises”, dicen.

“Nadie va a ser tan bruto de matar civiles para irse a la cárcel”, oigo con frecuencia. Incluso, disparar a criminales puede acarrear consecuencias. Los ‘falsos positivos’ que conocimos no vuelven.

Fuente: eltiempo.com

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