Un dedo en la boca —símbolo universal del silencio— fue lo único que necesitó el violador de Claudia Morales para que no lo denunciara. La periodista colombiana escribió en un testimonio publicado el 19 de enero que había sido abusada sexualmente por un antiguo jefe. No dio su nombre.
A raíz del intenso debate sobre el caso, otras mujeres, como Julissa Mantilla Falcón, docente de Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú, han respaldado su iniciativa de no nombrar o de callar. Esta tendencia crea la impresión de que América Latina está a años luz del movimiento #MeToo, pero denunciar a un violador en países patriarcales como Colombia condena a la víctima al ostracismo. El abusador, si se le denuncia, siempre estará esperando afuera del juzgado para ajustar cuentas. El silencio se convierte así en la única defensa de las mujeres atacadas: cállate y ruega que no vuelva a ocurrir.
En Colombia hay tres reportes de abuso sexual cada hora. Pero solo un pequeño porcentaje de las víctimas buscan justicia. Según un estudio. Las leyes de protección a la mujer que existen en Colombia son letra muerta. Aunque el código penal colombiano señala en la Ley 1257 de 2008 que la pena por “acceso carnal violento” es de 12 a 20 años, la impunidad de las denuncias de abuso sexual es 97 por ciento. La realidad es que rara vez un violador va a la cárcel. No sorprende que las mujeres quieran guardar silencio, el 24 por ciento de las víctimas que no denunciaron a su agresor lo hicieron por temor a represalias.
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A partir del artículo de Morales, numerosos columnistas han abordado el tema del silencio ante una violación aportando al debate desde distintas orillas. Paola Ochoa, columnista de El Tiempo, ha criticado la indiferencia de las lideresas de opinión ante un incremento del abuso sexual y los feminicidios, los cuales aumentaron de 546 en 2016 a 565 en 2017. Por su parte, Melba Escobar, columnista de El País de Cali, pide que no le reprochen estar al margen del debate y defiende su derecho a no participar del movimiento #MeToo (o #YoTambién). Usó la etiqueta #NotMe para desligarse de la conversación sobre el acoso sexual.
Antonio Caballero, uno de los principales columnistas del país, dedicó dos columnas (1, 2) a minimizar las denuncias de acoso reduciéndolas a banalidades de “mujeres repentinamente quejosas”. Sus opiniones expresan el sentir de una cultura sexista que ha normalizado el acoso.
En Colombia ha causado indignación el caso de la joven Marcela González, quien ha recibido golpizas de su pareja, Gustavo Rugeles, identificado como miembro del grupo neonazi Primera Fuerza. Al parecer, ella no puede dejar la casa y tiene su teléfono y correo electrónico intervenidos por él. A pesar de denunciarlo y de que su caso está registrado en un reporte de Medicina Legal, el atacante sigue libre y continúa su asedio contra ella. Tras la denuncia, Rugeles publicó dos videos donde la hizo retractarse. La gente simplemente aguarda, con impotencia, el día en que González aparezca muerta en un caño.
Para la Candidata a la Cámara de representantes por el partido de la U, Carolina Flórez, la estrategia del silencio debe cambiar y el debate público debe dirigirse hacia la administración de justicia, los jueces, fiscales, policías y políticos, cuya ineficiencia y lentitud en la ejecución de las leyes se traduce en una condena a la infelicidad y hasta a la muerte para cientos de mujeres, se debe preservar la integridad física y moral de las mujeres que denuncian ataques sexuales, para que las víctimas no queden a merced de sus abusadores y se quiten el dedo índice de sus labios para condenar a sus victimarios. “El silencio ya no es una opción”.
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