Hace tres años la historia dio vueltas por todos lados: de un día para otro, la palmireña Yady Vanessa Fernández tuvo que dejar de ser futbolista luego de perder su pierna izquierda al ser arrollada por un automóvil en Guayaquil, Ecuador. Fue uno de esos casos que fulminan la comprensión en nueve de cada diez personas tras conocer la noticia: la chica estaba pasando vacaciones y había salido a dar un paseo en moto con un primo; la chica, que desde muy niña había dejado Colombia buscando días mejores junto a su mamá, tenía su hogar muy lejos de ahí, en Islas Canarias, al borde del Mar Mediterráneo; la chica era tan buena en su oficio como para haber conformado la preselección colombiana sub-17 que se preparó para el Mundial del 2012; la chica, para el momento del accidente, jugaba como delantera del Club Deportivo Achamán de España; tenía 21 años.
Encarnada en otro espíritu, la historia, esa historia, tal vez había podido encontrar en aquel capítulo un punto final. Pero la vida que en sus más bellas obstinaciones sigue siendo una sucesión de puntos suspensivos, cuajó en Yady otro ejemplo de su íntima consistencia. “Todo lo que pasa, pasa por algo. En poco tiempo nos vamos dando cuenta del porqué y solamente hay que encontrar en las cosas malas, las cosas buenas. Y agradecerle a Dios que estamos aquí…” Transformada en ciclista paralímpica como parte de su proceso de recuperación física y mental, la chica dice lo que dice descansando a la mitad de uno de sus entrenos cotidianos, esta vez recorriendo la ruta Cali-Jamundí a lo largo de la Avenida Cañasgordas. Mientras habla, el sudor se le acumula en gotas de rocío alrededor de las sonrisas, prácticamente articuladas como los acentos y tildes que lleva su voz.
Bajo la tibia cortina de sol que abre el día, Yady cuenta que se prepara para una competencia que en diciembre correrá en Tunja, aunque su meta de fondo son los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020. Sonrisa. El anhelo por representar la bandera nacional que asiste sus fuerzas desde la niñez, no solo le sobrevive ileso sino con otra musculatura, evidente a partir de ese gesto blancote y alineado; y por momentos asombroso. El ciclismo le cambió la concepción de un montón de cosas, cuenta desde una banca del puesto de jugos de ‘la costeña’, ubicado en la rotonda de Alfaguara, a la entrada de Jamundí. Empezando a pedalear en una sola pierna, es el caso, comprendió en otra escala de intensidad el valor del sacrificio. Y tuvo un entendimiento diferente de la disciplina. Y del dolor: “Lo que es dolor, pero dolor por amor…”, dice, en la casi involuntaria conjugación de otra sonrisa.
Aunque deportista desde muy temprano, nada de lo que constituyó su primera formación se compara con el aprendizaje que tuvo ahora. Y no estamos hablando de lo evidente: de la dificultad física que al inicio le figuró mantener el pedaleo constante, sino de lo duro que fue entrar de lleno a un campo atlético cuya exigencia no admite treguas. Su reflexión tiene el mismo fondo de un viejo aforismo que entre sus manos se ajusta como guante de látex: ‘la vida es como la bicicleta, hay que pedalear hacia delante para no perder el equilibrio’.
Con el propósito de convertirse en ciclista profesional, Yady se mudó de España a Cali, donde vive sola y dedicada a entrenarse. Cuando va por la calle en esas, muchos de los conductores y pasajeros de los carros que la sobrepasan, suelen sacar los pulgares erguidos por la ventanilla saludando su coraje. En los semáforos en rojo, la chica generalmente se apoya en el costado de algún auto detenido para evitar desenganchar su pierna derecha del pedal enchocle. Y así arranca otra vez. Durante los días de sol, la sombra que su figura proyecta sobre el pavimento es un poema a la tozudez que rompe el molde del punto final.
ELPAIS