Los grandes avances tecnológicos suponen para muchos -quizá para ma mayoría de nosotros- un gran impacto, ya que el trabajo y la vida cotidiana se ven beneficiados por estos; el celular que me permite trabajar fuera de la oficina, la mejor cámara para tomar fotografías de las aventuras con los amigos o la consola de videojuegos que nos transporta a través de la realidad virtual para pasar un buen rato después de nuestras actividades laborales o escolares, entre muchos otros aspectos, es de lo que gozamos con la tecnología cerca, pero, ¿nos hemos preguntado sobre cómo es que tenemos esos objetos en nuestras manos?, ¿todos los materiales han sido creados por la ciencia?, ¿por generación espontánea?, ¿qué, quiénes, cómo, desarrollan todo esto?
Mucho se dice, bajito, casi inaudible, que la mano de obra de este tipo de productos es de la peor pagada y la más explotada; que además de los beneficios, trae consigo consecuencias psicológicas, físicas e incluso, inmunológicas.
La conexión que existe entre nuestros teléfonos inteligentes y los crímenes de guerra en África, está en los elementos químicos que son necesarios para satisfacer la demanda constante de tecnología y que se encuentran en la República Democrática del Congo (RDC).
El coltán es un mineral del que se extrae principalmente Niobio (Nb) y Tantalita (Ta), ambos de vital importancia para la tecnología, pues es utilizado para crear dispositivos que requieren altos índices de refracción como cámaras fotográficas, impresoras y celulares, también utilizados como condensadores compactos en pequeños dispositivos electrónicos tales como GPS, consolas de videojuegos y dispositivos de automóviles, e.g. bolsas de aire. (Sutherland, 2011)
Es irónico pensar que el corazón de la tecnología se encuentra en un país de escasas posibilidades; se calcula que en el Congo está el 75 % de las reservas mundiales de coltán, esto lo vuelve un lugar susceptible a la corrupción y a los abusos para lograr grandes negocios. Lo que para el mundo entero parece ser la puerta a la globalización, para los habitantes de la región es una maldición que no tiene paliativo. La guerra que tomó más de 4 millones de vidas y que a los ojos del mundo terminó en 2003, parece no tener fin, pues los grupos armados que aún habitan la zona son los que controlan la producción y comercialización de las minas de coltán, explotando a la población con largas horas de trabajo y escasas medidas de precaución.
La República Democrática del Congo es una rica fuente de minerales que han ayudado a financiar la continuación de la lucha en la región cada año. El coltán, entre otros minerales, beneficia a los diversos grupos armados al Este de la República y la región circundante, entre ellos: Grupos rebeldes congoleños, unidades del ejército congoleño, milicias locales, los grupos rebeldes y las fuerzas armadas de los estados vecinos como Ruanda y Uganda.
Hay dos maneras en que estos grupos se benefician del comercio de coltán en la República Democrática del Congo: pueden controlar directamente las minas y a los grupos o ilegalmente cobran ” impuestos ” en el transporte y el comercio de minerales a lo largo de las rutas que controlan.
El gobierno congolés no reconoce la legitimidad de las minas artesanales, como resultado, las actividades resultan ser ilícitas. Este vacío legal mantiene a la población oprimida, por un lado los grupos armados los explotan para trabajar las minas y por el otro no pueden ir con el gobierno a pedir ayuda porque sus labores son ilegales.
Este material, para ser transportado, pasa por diferentes rutas: al salir de la mina va a las manos de una gama de negociantes, estos lo llevan a casas comerciales donde lo compran exportadores y comerciantes antes de llegar a una fundición, para luego ser vendido en el mercado mundial (Responsibility, 2010).
En cualquier punto de la cadena, el coltán de diferentes minas puede mezclarse y los registros de origen mineral no se pueden mantener.
El conflicto en la República Democrática del Congo causa abusos de Derechos Humanos importantes, incluyendo ataques a civiles y violencia sexual por los grupos armados. También hay abuso de derechos infantiles, ya que mucha de la mano de obra minera es infantil.
Históricamente, los problemas de salud en los entornos incluyen la malaria, las enfermedades transmitidas por el agua y la fiebre de Lassa. El reciente brote de ébola en 2014 es una nueva preocupación y una amenaza para la industria minera. El coltán, por sus propiedades radiactivas, plantea un riesgo adicional de salud para los mineros. (Mustapha, 2007)
Es importante que este tipo de actividades sean reguladas por el gobierno, y que aquellos consumidores que probablemente incluyan a grandes empresarios tecnológicos, tomen la responsabilidad correspondiente para que los avances de esta rama no mermen los Derechos Humanos de otros seres que, igual que todos, desean una vida digna.
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